a Luci
El
hombre del cubo mágico
Imaginemos
un cuadrado blanco, un marco. Imaginemos como de a poco se empieza a llenar, a
completar. Líneas, colores, diferentes trazos. De a poco esos garabatos
abstracto-geométricos empiezan a tomar forma concreta. Supongamos, una gran
casona antigua, alta, venida a menos, de fachada sucia, paredes negras,
ventanas enclenques, y curtidas por el sol y la lluvia. Imaginemos algo así
como una cerca, supongamos una reja y un cartel que sentencia: “Prohibido
pasar”. Alrededor hay árboles, arbustos, plantaciones exóticas. Imaginemos
ahora que esta casa se emplaza en un barrio caro y exclusivo de alguna ciudad
que no se llega a reconocer. En la punta de la casona, arriba, hay una
habitación, un altillo, y la ventana con las persianas abiertas deja ver una
luz encendida, tenue, amarilla, casi cálida.
Imaginemos
algo así como cuando nos movemos en ciertos sueños, algo que no llega a lo que
sería la acción de flotar pero que, claramente, tampoco es usar las piernas.
Logramos ingresar por la puerta de la habitación. Amplia, lujosa, algo varada
en el tiempo, está a oscuras salvo por la ya mencionada frágil luz encendida.
Se logra ver que tal vez funcione como estudio, como oficina. Hay una
biblioteca, más bien parece una biblioteca personal, acotada, de libros únicos
o primeras ediciones. Pero eso es una conjetura nuestra, realmente es imposible
saber. Al ambiente lo completa la cabeza de un tigre de bengala embalsamada,
colgada de la pared, amenazante, más aún por la sombra larga que proyecta sobre
la alfombra persa en el suelo. Se descubre la fuente de la luz, una alta y
barroca lámpara de pie. Al lado hay un gran sillón de un solo cuerpo, el
respaldo es alto y tiene volados elegantes, dorados. En él, un hombre de
contextura grande, ancho y anciano, yace recostado. La luz no es suficiente
para revelar su identidad. Sólo se logra ver la bata de seda bordó, apenas algo
que pareciera ser un fino bigote y un elemento en sus manos. Repentinamente el
hombre se desploma en el lugar dejando caer el brazo como peso muerto a un
costado del sillón y, a su vez, soltando y haciendo cada vez más notoriamente
visible el elemento que cae de su mano: un “cubo mágico”. Que sin estar armado
correctamente, rueda unos centímetros sin dificultad alguna, pese a su
condición obvia de cubo, y al detenerse deja ver que en una de sus caras
hay una “F” perfectamente formada con el color rojo. Por el ángulo de la luz,
se alcanza a ver otra de sus caras, en la que figura la letra “C”, también en
un rojo furioso y perfectamente confeccionada.
Todo
esto, a la vez que el hombre susurra una palabra que no se llega a oír.
Supongamos
ahora que todo esto no es un mero juego de imaginación sino que, por el
contrario, pasó de verdad y está fichado en el registro de las personas bajo el
título de: “El hombre del cubo mágico”. Supongamos, y créanme, otra no les
queda, que así fue, así pasó y así quedó guardado y sellado en un oficina de
estado.
Pero
ustedes se preguntarán, y con verdadera razón: ¿quién es ese tipo? ¿Por qué
habría de dejar un menaje cifrado? ¿Qué se supone que son esas iniciales? ¿Por
qué no usó papel y lápiz como todo el mundo? ¿Qué fue lo que dijo y nadie fue
capaz de oír segundos antes de perecer?
Difícilmente
estemos capacitados para responder a estas incógnitas, al menos a esta altura de
la historia. Porque para poder entender algo de todo esto, primero tendremos
que contarles algo que pasó después. O sea, si trazáramos una línea de tiempo,
este hecho estaría bastante antes de nuestra historia. Pero difícilmente
entendamos algo. Sobre todo por el vocabulario con el que figura hasta el
momento: un lenguaje técnico, extremadamente frío y llano que se maneja en
oficinas del estado; morgue, policía federal, registro de las personas, etc.
Al
nadie ser capaz de echar ni una mínima luz sobre este asunto, ni siquiera
tomándose el trabajo de corroborar que este hombre haya existido de verdad, se
lo dejó, tantas veces como se lo tomó, de lado. Al no tener la seguridad de su
existencia, ¿cómo se podría conocer las razones de su defunción? o más allá
¿las razones por las que haya dejado escrito esas iniciales en un cubo mágico?
Es
de locos.
Frente
a tanta vacuidad, incluso se llegó a pensar que alguien había filtrado unos
documentos falsos en el registro de las personas. Inventado no la vida, pero sí
la muerte de un fulano. Pero al no encontrar patrones de que el documento fuera
verdaderamente falso, también se tuvo que descartar esa idea.
O
sea, no sabemos nada, y peor que eso, porque no sabemos si lo falso es falso.
O
sea, no sabemos ni lo que no sabemos.
Y
qué mejor motor, para empezar a contar una historia, que el desconocimiento de
algo o de absolutamente todo.
Después
de muchos años un dato intrincado, raro.
Un
libro con un nivel de extrañeza elevado apareció de la nada cuyas iniciales del
autor respondían a “F” y “C”, ése tal vez era el orden correcto que acusaba el
cubo mágico. El misterioso libro insinuaba, muy intrincadamente, que tal vez
había una conexión con aquel suceso del hombre que supiera intrigar a tipos
fácilmente intrigables.
De
todos modos, si este libro “respondiera” al evento del hombre del cubo...
¿Sería
posible conocer a un hombre hurgando en su pasado? ¿Se puede conocer o entender
a alguien estudiando su vida, recopilando datos, armando estadísticas, haciendo
balances, gráficos, cuadros sinópticos, etc., etc., etc.? Lejos estamos de
algún intento de objetiva obsecuencia.
No.
Definitivamente no, y no sólo eso. Más lejos estamos aún de poder conocer
algo.
Pese
a ser concientes de nuestras limitaciones nos disponemos de todos modos, y con
una obstinación que por un pelo no rosa el capricho, a contarles la historia.
Continúa